Prioridad a la intervención temprana
La edad no es simplemente una cuestión cronológica en la Construcción de la Inteligencia. De hecho, el paso del tiempo conlleva repercusiones fisiológicas y funcionales relevantes.
En la toma de decisiones y planificación de intervención sobre procesos cognitivos se debe considerar tanto la edad cronológica como la edad evolutiva, ello permitirá establecer: cómo intervenir, qué recursos usar, qué objetivos plantear, qué expectativas y pronóstico,…
En la población que atendemos en Equipo DEIXIS (0-7 años) y tomando como referencia los estudios de J. Piaget planteamos tres tiempos en función de la edad cronológica del infante, los hitos evolutivos alcanzados y la capacidad funcional del niño; insistimos en la necesidad de considerar estos períodos simplemente como una referencia (cronológica y funcional) que ha de ser lo suficientemente flexible y abierta para incluir todos los desarrollos posibles (los normativos y los atípicos):
Estadio Inicial (0-2 años): Piaget lo denomina Período Sensoriomotor y en él el niño se desarrolla a partir de sus percepciones y la motricidad.
Primera Infancia [(2-4 años fase simbólica)/(4-7 años fase intuitiva): Piaget lo denomina Período Preoperatorio y en él se inicia la búsqueda activa del conocimiento, presenta un carácter reflexivo, y es posible compartir estas reflexiones activamente con los demás.
En consideración a la cronología y a los hitos evolutivos debemos hacer referencia a la existencia de “períodos sensibles” entendiéndolos como el tiempo durante el cual el organismo está más preparado para la asimilación de una determinada estimulación ambiental permitiendo un mejor crecimiento neurológico. La presencia de estos períodos nos lleva a la necesidad de priorizar la intervención de forma temprana para el abordaje de los desarrollos atípicos.
Los planteamientos actuales de la psicología evolutiva y la psicolingüística hoy día no considera al niño un ente pasivo dispuesto a asimilar todo aquello a lo que se le expone en cualquier momento o situación. Las percepciones tempranas y la capacidad social lo hacen partícipe activo y constructor de su propio desarrollo intelectual, por supuesto, siempre favorecido por su entorno social inmediato.
Stern lo explica de la siguiente manera “el niño, desde el nacimiento, busca estimulación procedente del exterior […] Al igual que el cuerpo precisa de alimento para crecer, la estimulación es necesaria para proporcionar al cerebro los “materiales en bruto” requeridos para la maduración de los procesos perceptivos, cognoscitivos y sensomotores”.
Según M. Tomasello el lenguaje se erige como generador adelantado del proceso de sociogénesis permitiendo la adquisición cultural de la sociedad que rodea al niño.
Por tanto, esta predisposición temprana del niño al desarrollo intelectual ha de ser complementada por su entorno social en continua interacción dinámica.
Los niños con “desarrollo atípico” (trastornos del desarrollo o con riesgo de padecerlos) con frecuenca difieren de la norma evolutiva habitual en una o varias áreas. A menudo estos niños no cuentan con los recursos necesarios para focalizar sobre los objetivos de interés, les cuesta más seleccionar los estímulos correctos, pueden presentar más dificultad para organizarlos y asimilarlos dentro del esquema cognitivo, sus demandas y necesidades pueden no ser bien interpretadas por su entorno familiar, es posible que se produzcan limitaciones en el contexto social y de aprendizaje,…
En estos casos será necesario apoyar el desarrollo del niño y la capacitación natural de la familia con técnicas específicas precursoras de la madurez y del desarrollo en las distintas áreas. El apoyo a una edad temprana ayudará a crear la “huella” cognitiva necesaria y proporcionará los recursos a su medio familiar para optimizar el desarrollo del niño. Llegar tarde al desarrollo con frecuencia significa tener que “compensar déficits en el futuro”.